De mi último libro Historias desde mi interior este relato:

LA CRITICA PARA ANTONIA:

Era una noche de perros con deslumbrantes resplandores que se abrían y cerraban a capricho, relámpagos y truenos se sucedían como tracas de fallas iluminando el invisible paisaje. Sentada en el coche, no dejaba de temblar, las tinieblas saturadas de electricidad la estaban poniendo nerviosa, tal era la cantidad de agua que caía sobre el cristal delantero que las infatigables escobillas del limpiaparabrisas, con un silbido en cada vaivén, no daban abasto para permitir una visión medianamente clara de la carretera.

Faltaban aún varios kilómetros para concluir el viaje y tenía prisa por vislumbrar las luces de Madrid, su destino final. A las 9 de la noche, estaba prevista la inauguración de una muestra de sus obras más recientes. Sabía que tendría que pronunciar unas palabras de agradecimiento antes de la apertura del acto, pero no tenía aún perfiladas las frases que habrían de salir de sus labios, su mente estaba tan borrosa como la carretera que se esfumaba ante ella. “Ya improvisaré algo”, pensó y cogió un paño de la guantera para limpiar el vaho del cristal.

A medida que iba ganando distancia iba recordando al crítico que le había prometido por teléfono su asistencia al acto. “Ese crítico me tratara bien en sus artículos de prensa. La inauguración va a ser un éxito seguro”, pensaba mientras conducía.

La lluvia continuaba atravesando la noche con flechas que se clavaban en el asfalto y en la chapa del vehículo. El agua se desliza rápidamente, buscando, por los flancos, el obstruido desagüe de las cunetas. Al salir de una curva, los faros del coche alumbraron un bulto lejano, apenas distinguible. Pisó varias veces el freno y se detuvo a la altura de lo que resultó ser un hombre joven. Cerró los ojos un par de veces y al abrirlos de nuevo, comprobó que había desaparecido. Sin salir aún de su sorpresa, vio tras la ventanilla derecha, a pocos metros, la silueta del hombre que lentamente se deshacía.

Miró al frente y el abanico luminoso de los faros le hacían ver que no había nadie. Volvió mirar a la derecha y allí reinaba la más absoluta soledad. Emprendió de nuevo el camino. La carretera se asemejaba a un río y los truenos parecían sacudir el coche. Bajo el estruendo de la tormenta podía oír su respiración y, por un momento, le pareció escuchar también la de otra persona. Estaba convencida de que si se daba la vuelta, vería a alguien ahí, en el asiento trasero del coche. Por un instante, estaba tan segura de esa ridícula idea que no se atrevió a moverse. Decidió entonces que un paseo bajo la lluvia la ayudaría a despejarse. Al abrir la puerta del vehículo y, tras comprobar a su pesar el asiento de atrás, salió fuera. Se ha quedado instantáneamente calada y cegada por la lluvia. Un rayo bifurcado ha atravesado el aire. Ha subido de nuevo al coche, necesitaba pensar detenidamente en las palabras que tendría que pronunciar, y pasados unos kms. decidió intentar calmar su inquietud hiendo a una cafetería de un autoservicio y tomarse una copa. Buscó alguna respuesta a su estado de ánimo mirando en el fondo del vaso de tubo con gin tonic. Apuró la copa con pequeños sorbos para no dejar huellas de carmín en el cristal. Poco a poco empezó a disfrutar de la sensación física que la proporcionaba, la calidez se extendía por su estómago y el pecho, haciendo que aumentara la temperatura de su torrente sanguíneo, que su cuerpo se relajara y que los nervios se disiparan. Una vez terminada la bebida se dirigió al cuarto de baño. Se arregló la pintura de los ojos, e intentó secarse un poco la ropa que estaba mojada. La euforia que había sentido al tomase la bebida, empezaba a menguar. Respiró hondo y encendió el motor. En silencio y sin ganas de poner la radio meditó. Una vez que llegó a su destino suspiró aliviada. Sus manos estaban aferradas al volante. Al bajar del coche, se dirigió hacia la librería donde tenía lugar el acto, y a punto de desplomarse, cerró varias veces los ojos, y pudo ver con nitidez el rostro del desconocido, surcado por regueros de barro que se la acercaba con lentitud, llevando entre las manos una hoja de lo que parecía un periódico. Al llegar junto a Antonia se lo entregó. Esta releyó varias veces la crítica negativa que le había escrito mientras las gotas de agua se deslizaban por su cuerpo y de repente, un relámpago iluminó su rostro por unos segundos. Un suspiro contenido se escapó de su pecho. Se cubrió los ojos con la mano derecha en un intento vano de controlar y ordenar sus pensamientos, aunque una expresión de honda tristeza, invadió su ánimo.